Un buen día, en un instituto cualquiera, en una ciudad cualquiera, una profesora de filosofía cogió una silla, la puso encima de la mesa y planteó el siguiente ejercicio: “con todas las herramientas filosóficas que han aprendido durante el curso, demuéstrenme que esta silla no existe”. La clase sacó papel y bolígrafo y empezó a hacer su ejercicio. Algunos alumnos hicieron grandes disquisiciones sobre la intrascendencia de lo material, o la atomización de las ideas, o sobre el tránsito existencial del ser humano… sin embargo, una alumna escribió una sencilla frase, puso su nombre en la hoja, la entregó a la profesora y volvió tranquila a su pupitre. Al día siguiente, cuando la profesora hubo corregido los ejercicios, felicitó a la alumna por haber obtenido la mejor puntuación posible, ya que había demostrado de forma completa y eficiente que la silla no existía. Cuando el resto de la clase, curiosa, preguntó por su respuesta, la alumna respondió…
Por hoy lo vamos a dejar aquí, pero recuerda que sólo existe aquello que aceptamos que existe. Que vamos construyendo mapas que nos ayudan a movernos por nuestro territorio. Y que solo podemos cambiar aquello que aceptamos que existe y forma parte de nosotros, aunque no nos guste.
Me ha encantado tenerte por aquí, te espero en el próximo episodio si quieres volver.
¡Un saludo!